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lunes, 4 de junio de 2012

LA NUEVA CIUDAD JARDIN. Por Miguel Hernández

Miguel Hernández Valverde.// El pasado domingo por la tarde, fui buscando un contenedor de papel y cartón para depositar allí mi parte de basura reciclable, pero de repente se presentó ante mí un escenario que plasma mejor que mil artículos como está cambiando esta ciudad.

En una de las esquinas, un grupo de sudamericanos hacían corro en torno a una silla que ocupaba un mujer de mediana edad pero de volumen generoso, por su acento podrían ser de Ecuador, aunque el país es lo de menos, eché un vistazo al interior del parque y decidí dar un tranquilo paseo por él.

Un grupo de tres jóvenes muchachas hablaban entre si, sin mirarse a la cara, las tres andaban escribiendo en sus respectivos móviles, pude sacar la conclusión de que algún país del este de Europa era la cuna del idioma que hablaban.

Unos metros más allá, un grupo de chavales, el mayor de ellos no debería tener más de diez años, daban patadas a un balón dentro del parque infantil, su idioma no daba lugar a dudas, Marruecos también formaba parte de este particular jardín de Babel.

Dos mujeres mayores hablaban entre sí un poco más adelante, con sus bastones sobre sus rodillas como testigos, discutían sobre sus respectivas nueras, eran las  dos únicas personas que hablaban en español, aunque debería decir mejor castellano. Ajenas al conglomerado de idiomas que las rodeaban, las dejé atrás.

Otro grupo de mujeres y niños rumanos ocupaban el centro del parque, el calor y el polvo que levantaban los pequeños hizo que me quedara un rato mirándolos bajo la sombra de uno de los imponentes árboles que inundan la ciudad jardín. Pero no era el único que tuvo esa idea, tres matrimonios de otro país del este de Europa con sus respectivos carricoches veían pasar las horas del domingo sentados bajo la sombra de otro árbol.

Decidía entonces si esta fotografía tenía que tener su relato, cuando un grupo de chavales empezaba a jugar al fútbol en el jardín, mientras otro de origen árabe hacía flexiones en uno de los aparatos que forman ya parte del paisaje del parque, con un chaleco de esos reflectantes, que hacían resaltar aún más su oscura piel. Sobre el ‘terreno de juego’  había por los menos tres idiomas distintos corriendo tras la pelota.

Fue entonces cuando me dirigía a empezar a escribir en mi libreta,  y tras subir las escaleras que me devolvían a las calles de la ciudad se me presentó de frente otra imagen que ratificó mi idea de que las ciudades de España en general y de Caravaca en particular están cambiando,  no solo su fisionomía, sino quizás también empieza a cambiar su carácter. Ocho o nueve personas, alrededor de dos coches con las puertas abiertas y con la radio encendida como banda sonora de fondo, hablaban o discutían, no sabría de qué, ya que de momento no está entre mis prioridades aprender nuevos idiomas del norte de África  o del este de Europa, aunque tal y como transcurrió mi paseo por la ciudad jardín, no sería mala idea, la gran minoría hablábamos español, o tal vez sería mejor decir castellano, no lo se, el caso es que lo queramos ver o no, la ciudad cambia.

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